Dicen
los entendidos que Asturias es un paraíso micológico, quizás tenemos menos
cantidad de setas que otras regiones de la península, pero más calidad y mucha
variedad.
Pero a pesar de esta gran riqueza, la
afición por las setas no está totalmente asumida; aunque es cierto que cada vez
se más gente con su cesto de madera, conocido con el nombre de maniega, una
buena navaja y un bastón, que siempre ayuda en el monte.
Nuestros paisanos siempre sintieron cierta
aversión por las setas, quizás existía cierta superstición, algunos decían que
era cosa de brujas, otros hablan de la antigua mitología, …… pero en mi opinión el principal
motivo está en el miedo, todos tenemos miedo a equivocarnos y recoger un seta
venenosa, incluso a tenerla en las manos. Todavía existen muchas dudas, quizás es debido a una elemental falta de práctica.
Contra ese miedo tienen que luchar los
expertos y las sociedades micológicas. El mundo de las setas no es fácil, y para
recoger hongos se pide, sobre todo, sentido común. A veces se cree que
recogiendo siempre las mismas variedades no pasa nada, pero es necesario ir con
cuidado, evitando riesgos. Los entendidos recomiendan salir con una persona
experta durante unos meses, así por una parte eliminamos el riesgo de
intoxicaciones, y en otro sentido, debemos conseguir una meta didáctica cuya
finalidad es mostrar el monte asturiano y sus secretos, entre los cuales se
encuentran las setas; resulta excitante disfrutar de este maravilloso mundo a
veces tan desconocido.
En Asturias hay cerca de 2000 tipos de setas
identificadas y una de las más conocidas y abundantes es la Lepiota (Macrolepiota
procera), también llamada parasol, apagador, matacandelas, gallipierna, …..
Ascendiendo por un ancho camino desde el
pequeño pueblo de Piñera, en el concejo de Llanera, hasta llegar al Alto del
Veredal, rodeado de castaños y otros árboles caducifolios, descubrí en un prado
próximo una numerosa y atractiva colonia de Lepiotas.
Resulta difícil confundir al “Parasol o
apagador” con otras Lepiotas tóxicas que son más pequeñas. El Parasol tiene un
porte grande sobresaliendo en prados y brezales, el anillo móvil y el pie muy
largo atigrado. De joven parece un huevo con manchas pero según va pasando el
tiempo adopta la forma de parasol o de sombrilla. Su nombre científico viene
del latín “procerus”, que significa alto, esbelto, muy crecido.
Para salir de dudas, evitando problemas, se
recomienda recolectar ejemplares con un diámetro superior a 10 cm ; y al cortar el tallo tiene
que ser blanco, nunca puede enrojecer.
Este hongo es comestible y muy apreciado,
aunque sólo se consume el parasol o sombrero, ya que el pie es muy fibroso y
poco digestivo.
Suele ser bastante común y vive en toda
clase de bosques, en claros, prados y márgenes de bosques herbosos, con suelos
húmedos y abundante hojarasca. La podemos encontrar desde la primavera hasta el
otoño, aisladamente o en grupos numerosos.
De olor suave y afrutado, y con un sabor
parecido al de las avellanas, este hongo es muy buen comestible, para hacer a
la brasa o rebozado; aunque existen muchas y variadas recetas relacionadas con
este hongo que tiene carne abundante y blanda en el sombrero. También se puede
comer crudo y resulta popular empapado en mantequilla.
En algunos países de Europa central y
oriental, la Lepiota
se prepara de forma similar a una “chuleta”, se pasa por huevo y pan rallado y
se fríe en una sartén con un poco de aceite o mantequilla, y se sirve con pan
blanco.
Una receta de origen eslovaco nos dice que
esta seta resulta muy sabrosa al horno, rellena con carne de cerdo molida,
orégano y ajo. Italianos y austríacos también rellenan las Lepiotas jóvenes con
carne picada sazonada, al horno, como si fueran pimientos rellenos. Es preciso
reseñar que a medida que envejece resulta poco digestiva, ya
que la carne se vuelve fibrosa.
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